Satsang significa “estar juntos en la verdad”. Nombra un campo de presencia donde lo ordinario ya no está separado de lo sagrado, y donde la conciencia se comparte en lugar de poseerse.

Creo campos temporales en la vida pública donde desconocidos y yo podemos entrar juntos en la presencia. Esta práctica surge de la conciencia no dual: el reconocimiento de que no queda distinción entre lo sagrado y lo profano, el yo y el otro. La obra no está separada de mi vida; es la manera en que la vivo abiertamente.

Cada encuentro es irrepetible e irreductible, un satsang donde la verdad se revela en la escucha y en la presencia, un portal de infinitas posibilidades que nunca aparece de la misma forma dos veces. Estoy formado por maestros del vacío y de la compasión, por el rigor de artistas que entregaron sus vidas a la presencia y por el ejemplo de quienes construyeron condiciones para que cayera el rayo. Sin embargo, esta práctica no pertenece a ningún linaje sino al propio encuentro.

Me sitúo como participante, colaborador y testigo. Ofrecer presencia de este modo es situarse expuesto ante el mundo, arriesgando mi propio modo de verlo, tan abierto a la negación como a la afirmación. Cada encuentro destila toda una vida en un fugaz intercambio de presencia: nada prescrito, todo posible. Lo que doy, lo doy para que otros reconozcan en sí mismos la misma capacidad para la verdad.